En las afueras de El Aaiún existe un barrio habitado por gente marcada por la desgracia. Se llama El Retorno, y fue construido por las autoridades marroquíes para acoger a los saharauis que decidieron abandonar los campamentos del Frente Polisario en Tinduf (Argelia) y acatar la autoridad de Rabat. Pero en sus casitas bajas, distribuidas en torno a destartalados patios de arena, no solo viven los antiguos independentistas. En El Retorno también habitan la mayoría de los compañeros de lucha de Aminetu Haidar.
Allí está el hogar de Djimi El Ghalia, que estuvo desaparecida en las cárceles de Hassan II -padre del actual rey Mohamed VI- entre 1987 y 1991. Es el centro de reunión de estos defensores de los derechos humanos. En una pequeña habitación bordeada por colchonetas con cojines, cinco antiguos presos de las cárceles secretas de Marruecos permanecen atentos a las noticias en árabe que emite un televisor de plasma. Entre ellos está Mohamed Dadach, que tiene el dudoso honor de haber cumplido la más larga condena política de África después de la de Nelson Mandela.
Los policías apostados en la plaza les han ordenado mantener abierta la puerta de la casa para que puedan observar todos sus movimientos. El ambiente en la habitación es de tristeza y de impotencia. "No podemos hacer nada por Aminetu", dice Ghalia. Bachir Azman, desaparecido entre 1976 y 1991, lo ratifica: "No tenemos libertad de expresión. Nos impiden incluso movernos dentro de nuestras propias casas, así que imagínese en la calle".
Hace diez días se produjo un intento de romper el bloqueo policial. Varias calles de El Aaiún amanecieron sembradas de panfletos a favor de la independencia del Sáhara. Un testigo declaró a la policía que habían sido lanzados desde un coche todo terreno. A la mañana siguiente, los agentes interrogaron a todos y cada uno de los propietarios de ese tipo de vehículos en la ciudad para averiguar qué habían hecho con sus automóviles por la noche.
El miedo se disfraza estos días de apatía en las calles. Frente a las movilizaciones de la sociedad civil española en apoyo de Haidar, no hay aquí una sola manifestación, ni siquiera una pintada hecha al abrigo de la noche. "De ese tema no hablamos ni con nuestros amigos, porque nunca se sabe quién puede ser un chivato", dice un saharaui. Otro, que momentos antes ha estado asintiendo ante las invectivas de un funcionario marroquí contra Haidar, musita apresuradamente: "Aminetu lo está haciendo muy bien, pero yo no puedo hablar".
Un funcionario internacional destinado en la ciudad desde hace varios años resume así la situación: "Haidar es una píldora concentrada del problema saharaui. Ella se alza por encima de las tribus, que le sirven a Marruecos para presionar a unos y a otros. Por eso las autoridades le tienen tanto miedo. Ahora mismo, El Aaiún es una olla a presión". Pero una olla a presión desactivada.
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