Fuente:lavozdegalicia
En septiembre de 1991 se firmaba un alto el fuego entre los independentistas del Frente Polisario -cuyas bases sociales se hallan en los campamentos de refugiados en Argelia- y Marruecos. Quedaba atrás la guerra que durante 15 años había enfrentado a los saharauis con los marroquíes, que habían ocupado el territorio de la ex colonia que les entregó España. El alto el fuego del 91 ha sido violado centenares de veces, sobre todo por las tropas de Rabat, según ha informado la ONU.
El cese de las hostilidades fue muy criticado, al considerarlo precipitado, por los militares agrupados en el Ejército Popular Saharaui. Pero en ese momento se impuso la rama política centrista, la más numerosa y que tiene como líder al presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD, Estado saharaui), Mohamed Abelaziz. Ese silencio de las armas, negociado en el marco de Naciones Unidas, incluía un referendo de autodeterminación, fijado en principio por ambas partes para 1992, pero que se fue retrasando con uno y otro argumento por parte del rey Hasán II, padre del actual monarca marroquí y ya fallecido.
El siguiente paso tiene como protagonista a James Baker a finales de los noventa. El ex secretario de Estado de EE.?UU. aceptó el encargo de la ONU de explorar nuevas vías. Propuso un plan que incluía la vuelta de los refugiados (unos 150.000), un período de transición de cinco años y, después, un referendo. En las urnas se debía dirimir si nacía un nuevo Estado o si se aceptaba la integración en Marruecos. El Polisario cogió a contrapié a su enemigo al aceptar, algo por lo que no apostaba la comunidad internacional, y Rabat dejó claro entonces que bajo ninguna circunstancia se celebrará consulta alguna que pueda poner en duda «la marroquinidad de las provincias del sur». Y ofrece una autonomía que no concreta.
Con la llegada del siglo XXI varió el escenario. Si hasta ese momento el protagonismo lo habían tenido los refugiados en Argelia, las miradas se volvieron al territorio ocupado: una generación de jóvenes saharauis que no habían conocido a los españoles ni el éxodo a Argelia comenzaron una revuelta en las calles, en lo que se denominó la intifada saharaui. Empleando métodos pacíficos, cientos de muchachos sufrieron una represión que dio con sus huesos en las cárceles, ante la denuncia constante de Amnistía Internacional.
Es en este contexto en el que hay que entender la posición de Aminatou Haidar, la Ghandi saharaui, como le llaman algunos: en la resistencia pacífica pero constante a los invasores marroquíes, que incluso le niegan la vuelta a su casa y no le conceden un pasaporte mientras no pida perdón. «Nos convertiremos en los parias del Magreb», decía hace un par de años a este enviado especial un antiguo pastor en el Sáhara Occidental y hoy guía de los periodistas que se acercan a los campos de refugiados. Haidar está camino en convertirse en la primera de esas parias. Si sobrevive a la huelga de hambre, claro está.
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