8/12/09

Rabat o la astucia de la trampa

Fuente:ELCORREOGALLEGO

España siempre ha tenido un sentimiento de culpa ajena respecto al Sáhara. Mal se salió, mal se entró en la aberración que supuso para ese continente que las potencias europeas allá por fines del siglo XIX decidieran sentarse en Berlín para ver como repartían el pastel de la colonización, del abuso, del drama y la tragedia. España como siempre, llegó tarde al atropello. Pero no fue peor que otros, probablemente tampoco mejor. Desde hace varias décadas los sucesivos gobiernos españoles, excesivamente cautos pero también acomplejados, se cuidan de ofender lo más mínimo al monarca absoluto alauita, ese monarca absoluto bajo la pantomima de una elecciones democráticas cada poco tiempo, amén de la conjunción de poderes incluido el religioso. Pero la democracia no es eso, menos en un país donde los derechos fundamentales dejan mucho que desear.

La cuestión del Sáhara, pueblo sin Estado y sin país por imposición de Marruecos, empieza a ser irresoluble. Tras años de guerra, de muros, de prisión y de sojuzgamiento se difirió la resolución del problema a Naciones Unidas y a distintas comisiones y planes, entre ellos el Plan Baker, secuenciado en diversos números. Hoy como ayer, no se ha avanzado un ápice y Rabat no ha cesado en marroquinizar el Sáhara tanto por medios humanos, materiales como mediáticos.

Se juega con las palabras, con las imágenes y con los gestos. Y Marruecos lo hace con la maestría de la astucia, la artimaña y la trampa. La autodeterminación de los saharauis no llega, el referéndum se dilata en años y los censos se abultan por el lado marroquí en una cuestión que por hartazgo y cansancio apenas acapara ya la atención mundial. Mientras miles acampan a cielo abierto y a ras de la arena en Tinduf, en el desierto argelino, en tierra extraña añorando una vuelta que probablemente no verán. No hay voluntad política, tampoco determinación y lo que es peor, nadie es capaz de hacer entrar en razón a Marruecos, aliado preferencial y estratégico de Estados Unidos, y socio preferente de Francia. No llegará la aprobación de su estatus privilegiado ante la Unión europea, en un nuevo bochorno de hipocresía y cierre de ojos y conciencias.

España sigue atrapada en una diplomacia plana y seguidista de Rabat, temerosa de que en cualquier momento salte de nuevo la espinosa cuestión de Ceuta y Melilla, de las pateras y de miles de marroquíes que viven en nuestro país, el siempre incómodo vecino del sur sabe hacer el juego a nuestro país, elevar el drama y el esperpento y ganar la partida de un tablero puesto en escena con la marcha verde, afrenta y gesta que puso en un brete a todos. Pero salió bien para el lado marroquí y trágicamente mal para los saharauis que vieron como Madrid les daba portazo y los dejaba a su suerte, una suerte trágica. Todavía hoy perdura ese sentimiento de traición y de abandono. Marruecos, Mauritania y Argelia tenían puestos los ojos en el subsuelo de ese arenal rico en fosfatos y gas.

Aminatu Haidar, la saharauí irreductible, coraje y valor, acaba de poner en solfa al gobierno español y marroquí, pero el ridículo lo ha hecho el nuestro, que incapaz e indeciso de llamar a las cosas por su nombre sigue plegándose a dictadores y señores feudales y callando abusos e injusticias. El rey alauita una vez más, y van muchas, vuelve a reírse de España, la sempiterna y acomplejada España. Nos tienen tomada la medida. La causa de Haidar ha saltado a los medios, pero pronto caerá en el olvido, sea cuál sea el desenlace. Es la cruz amarga de los desheredados de la tierra y el sino de los vencedores, los que reescriben a su antojo la historia y echan pulsos, y los ganan, a los timoratos.


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