uatro controles de policía convierten los 132 kilómetros que separan El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental, de la ciudad de Smara en más de tres horas. La carretera, que construyó España en la época colonial, tampoco ayuda: pasa de rectas a curvas en un santiamén. Las autoridades de Smara, alzada en mitad del desierto, levantan la voz de alarma ante la presencia de periodistas en la ciudad, principal bastión de la resistencia pacífica saharaui. "¿Por qué venís aquí? No hay nada que hacer y todo está muy tranquilo", dice a esta periodista un comisario de policía.
Tras una hora de tensión a los pies del control, el agente indica que se puede entrar en la blindada ciudad, donde se ha redoblado la vigilancia tras el regreso de la madre saharaui, Aminetu Haidar.
"Sin autorización no podéis visitar a ningún activista", advierte otro policía vestido de paisano. Le acompañan tres hombres más. Sus miradas lo dicen todo. Los periodistas molestan. En la ciudad, la férrea vigilancia se convierte en una comitiva de una veintena de agentes. Los barrios de saharauis son fácilmente visibles. Vehículos militares amontonados en las esquinas al acecho de cualquier osadía independentista. Pintadas en las paredes con las siglas de la República Árabe Saharaui Democrática. Manchas de cemento marroquí en los muros de las viviendas intentan borrar los trazos de la bandera del Polisario. En la calle, silencio sepulcral. Los saharauis no se arriesgan a salir. "Hay mucho miedo a manifestarse.
Desde que regresó Haidar, la situación ha empeorado bastante", afirma por vía telefónica M. Abdelahi, defensor de los derechos de los presos.
Los activistas no pueden exponerse a la prensa ante la creciente represión. Aun así, Abdelahi moviliza a todo su entorno para organizar una cita con saharauis en una zona desértica. A última hora se cancela porque los teléfonos han sido intervenidos. "No podemos. Se han enterado y nos han dicho que han mandado un dispositivo a ese lugar", comenta. La indignación de Abdelahi y del resto de sus camaradas es notoria: "¡Vivimos en una cárcel!", grita desesperado.
Smara fue la primera ciudad del desierto que mandó construir el sultán azul, Ma el Ainin, pero ya nadie se acuerda de él. El Estado marroquí se ha esforzado en borrar la memoria del pueblo saharaui. Sobre todo la de Smara, que fue la cuna de la resistencia más dura (aquí nació el Polisario). Esta ciudad, levantada piedra a piedra, se está marchitando.
Población replegada
Solo hay ruina. Basta con una rápida mirada para comprobar la frustración de dos pueblos enfrentados. La población saharaui, replegada en su casa ante la amenaza del régimen; y el colectivo marroquí, sin perspectivas en una ciudad convertida en base militar. "Esta es una zona política y punto", espeta el director de un hotel.
Grupos de tres o cuatro soldados patrullan las calles noche y día desde que Haidar fue expulsada. Han detenido a cuatro jóvenes saharauis por reemplazar la bandera marroquí de un colegio por la del Frente Polisario. Las nuevas generaciones tienen cada vez más difícil desafiar al Ejército. Aun así, los 5.000 saharauis de Smara conocen cómo alimentar la lucha independentista: internet.
Aquí vuelcan su rabia contra las violaciones de derechos humanos, la discriminación y el abandono. Ponen voz a los saharauis que reclaman la autodeterminación y difunden fotos de las víctimas. La última, Manna Labehi. Tiene 14 años y está en paradero desconocido desde el pasado mes de febrero. De los cerca de 600 desaparecidos desde que Marruecos se anexionó el Sáhara, un total de 220 son de Smara.
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