Más de 140 niños saharauis inician sus vacaciones de verano con familias de acogida de Córdoba capital y de varios pueblos.
Los niños más pequeños lloran, se estremecen.
Los niños más pequeños lloran, se estremecen. Ayer se sentían extraños lejos de sus campamentos de refugiados en el Sahara, pisando césped, maravillados por los árboles y sorprendidos ante un grifo con abundante agua. Los más mayores y quienes repiten experiencia están locos de contentos. Ya saben que en sus casas de acogida hay comida exquisita (pescado, pizzas, espaguetis y sandía), juguetes, chapuzones en la piscina y excursiones para disfrutar de la playa y de la montaña.
Durante dos meses, más de 140 niños saharauis convivirán con familias cordobesas gracias al programa Vacaciones en Paz. Principalmente, los afortunados son pequeños que acuden a clase en el Sahara, sacan buenas notas, sufren alguna enfermedad o son huérfanos. Así lo explica el presidente de la Asociación Cordobesa de Amigos de los Niños Saharauis, Arturo Falcón, quien matiza que, tras realizar un llamamiento para acoger a estos menores, la solidaridad ha aumentado en Córdoba con respecto al pasado año, e incluso 17 familias se encuentran a la espera. De momento, no es posible aumentar el número de beneficiados por falta de presupuesto, ya que la iniciativa cuenta con 85.000 euros y solo el avión cuesta 70.000 euros, subraya Falcón, que recalca el esfuerzo que realizan los ayuntamientos, la Diputación y Cajasur para apoyar este programa, que en Córdoba se inició en 1994 con 17 niños.
Embajadores
"Ellos son los embajadores de un pueblo que sufrió el abandono de España hace más de 33 años y con el que se ha cometido una injusticia", subrayó el responsable en Córdoba del programa Vacaciones en Paz, mientras saluda a los niños que ayer llegaron a Cerro Muriano.
Aterrizaron en el aeropuerto de Málaga a las 5.30 horas y a las once de la mañana correteaban por el albergue de la Diputación tras una mágica ducha y un reconocimiento médico. Housein Gasem, de 11 años, mostraba su alegría de poder pasar el verano en Villarrubia; como Mahmud Salma, de 12 años, que reconocía que está deseando comer arroz con pescado en Santaella. En cambio, Matubaka Hamdi, de 7 años, sollozaba antes de partir hacia este pueblo y, sin mediar palabra, se le notaba que echaba de menos a su familia de origen.
Eso sí, Valle Somoza, madre de acogida, cuenta que en pocos días a estos niños se les olvida el calor del desierto y las grandes carencias que sufren en los campamentos de refugiados. Sus vacaciones se convierten en un oasis para disfrutar, aunque muchos de ellos se llevan sus sustos: se caen de la cama, se queman con la plancha o se marean dando vueltas al son del tambor de una lavadora.
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